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El dolor invisible de la mudanza


Cuando uno se muda tiene en mente que es para mejorar las condiciones de vida económicas, o de desarrollo social. Buscamos mejores empleos y mayores remuneraciones, lugares más tranquilos y con un ambiente más saludable (lejos de contaminación, menos peligros); cerca de la familia o de lugares con mejores servicios como trasporte o vivienda. Siempre buscamos que al lado de nosotros nuestras familias gocen de una mayor calidad de vida.

Sin embargo lo que para nosotros puede ser un respiro o una gran oportunidad, un evento cúspide en nuestra vida; tal vez lo vivan de diferente forma nuestros hijos.

Para muchos niños la mudanza significa el vivir una serie de pérdidas de Vínculos (son los sentimientos que se tienen por otras personas, el placer de tenerlos cerca) que trae consigo una mudanza convirtiéndolo en un evento doloroso a diferencia de cómo sus padres podrían estarlo viviendo. Jhon Bowlby (Psicólogo estudioso del apego) ya hace 30 años mencionaba que los niños respondían a las relaciones estrechas. Y que estas formaban parte de sus fuentes de afecto para lograr su desarrollo y experimentaban angustia y dolor con su pérdida o la amenaza de que fueran a perderla. Así como que desde sus edades más tempranas los niños son capaces de percibir y sentir las ausencias y las perdidas, aunque de momento no se vieran tan afectados al no diferenciar entre una pérdida temporal de una permanente.

Los cambios al mudarse pueden variar y son muchas veces las pequeñas perdidas que se invisibilizan al ojo del adulto, las que hacen para los niños más difícil adaptarse y poder reformular su sentido de pertenencia (sensación de bienestar, seguridad y orgullo que sentimos los seres humanos al sabernos parte de un grupo).

Cuando se muda el niño deja atrás familiares como abuelos, tíos, primos con quienes convivía, compañeros y profesores de la escuela o asistentes de la guardaría, vecinos a quienes reconocía y veía al recorrer el vecindario. Los lugares a los que él ya les ha dado significado y ha integrado a su vida como mi cuarto, mi casa mi calle, mi lugar secreto, mi escuela mi salón, mi pupitre etc. Para encontrarse en un lugar nuevo donde todo de entrada le será ajeno. El escuchar que las personas hablan con otro acento o tienen otras costumbres, le hacen que la identificación no sea directa, la comida, fiestas y costumbres, incluso las familiares, como dejar de ir los fines de semana a la playa para pasar a pasearse por un centro comercial y que se ve alterada cuando se cambia a un entorno más urbanizado, la pérdida de las rutinas diarias entre muchas otras pequeñas y no tan pequeñas (objetos perdidos, el tamaño del cuarto etc.) forman parte del dolor invisible de la mudanza.

La principal razón por la cual el dolor se vuelve invisible, es la dificultad para poder expresarlo. Muchos niños debido a la edad todavía no tienen los recursos adecuados o palabras para poder expresar los sentimientos que viven ante todas estas pérdidas, el haber dejado su red comunitaria de apoyo atrás, también es otra dificultad ya que no tiene personas cercanas con las cuales compartir su experiencia.

Cuando la sensación de que nadie lo puede comprender lo invade, los padres tienden a minimizarlo creyendo que es algo propio de la edad sin embargo, puede ser que los papas vean el cambio de forma optimista por sus nuevas oportunidades y como un momento de logro, por lo cual no logren generar esa empatía. Los niños de su edad con los que pudiera compartir la experiencia, tal vez no hayan tenido la experiencia de haberse mudado ni hayan pasado por alguna situación similar por lo que su situación se les hace ajena, profesores de la escuela sin darse cuenta lo clasifican como “el nuevo o el chico que viene de”, dificultando generar una identificación rápida y pertenencia; por último muchas veces en el afán de ayudar cometemos el error, de mencionar las frases, “pero ya vives acá”, “Pero ya no recuerdes” “Ya no hables de ello”.

Es común que al pasar del tiempo un niño que inicialmente se sintió emocionado por el cambio de ciudad, termine por sentirse triste o ansioso, sobre todo cuando son pequeños ya que la concepción del tiempo aún no está totalmente formada, y cuando va pasando el tiempo y se da cuenta de las pérdidas y poco a poco va descubriendo que significa que sean cambios permanentes, como por ejemplo el ya no ver a su abuela, o jugar con su vecino, va sintiendo el dolor de la pérdida de los vínculos.

Lo importante es que siempre sepan que usted está cercano a ellos y hacerles saber que en cualquier momento podrán contar con usted para poder platicar y expresarle lo que sienten aún y cuando no sepan que decir o que sienten usted estará ahí para acompañarlo, así como para darle un beso o un fuerte abrazo.

Pasearse y explorar al nuevo lugar al que llegan, conocer las calles aledañas, los lugares de interés o simplemente vagar juntos con la consigna de “haber que encontramos por ahí”, eso facilitara que reconozca el lugar y poco a poco se apropie del espacio.

Buscar integrarse a las nuevas actividades sobre todo lo nuevo y de interés no con el afán de suplir si no de retomar como una continuidad de sus actividades o experimentar nuevas experiencias aprovechando “la oportunidad.”

Tan pronto como sea posible instaurar una nueva rutina que le da seguridad y organización a sus actividades. Al saber que va a pasar en el día a día por lo menos ya tiene la seguridad de la rutina para aferrarse a ella en lo que se apropia del espacio y crea pertenencia.

Por último no pierdan contacto con sus familiares y amigos, el niño debe de integrar como parte de su identidad no “esto o aquello”, si no el lugar donde viví y el que ahora vivo para quedarse con todo las experiencias nútridas que ambos lugares le dejarán a lo largo de su vida

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