Uno de los factores que determinan el sentido de bienestar –felicidad- de un niño o adolescente es el autoconcepto que tiene y del cual se deriva una autoestima, que se manifiesta en una serie de conductas observables. La detección del nivel de autoestima, sus raíces y las consecuentes intervenciones educativas representan un objetivo central en la educación tanto de la familia como de la escuela.
Los ingredientes esenciales del autoconcepto se forman desde temprana edad, algunos de manera inconsciente y otros, con fuerte presencia intencional. Desde temprana edad, el niño recibe mensajes verbales y no verbales sobre su identidad y valor personal, así como sobre su actuación en las áreas importantes de la vida, sobre todo, académica e interpersonal. Este conjunto de mensajes forma un sistema de creencias sobre sí mismo y su relación con los demás y el medio ambiente.
Se entiende por autoconcepto “un sistema complejo y dinámico de creencias que un individuo considera verdaderas respecto a sí mismo, teniendo cada creencia un valor correspondiente”. El autoconcepto se forma de manera automática en el ser humano como una derivación del proceso de consciencia personal y de la autoevaluación, que es natural y omnipresente. Del autoconcepto que una persona tiene, se deriva el nivel de autoestima. Estos dos factores interactúan como un binomio de causa-efecto. Por lo mismo, el trabajo sobre la mejora de la autoestima debe focalizarse en la formación de un autoconcepto positivo y realista.
Los sistemas de creencias forman la identidad personal que se convierte en un proceso selectivo de características, emociones y conductas cuya suma se sintetiza en el autoconcepto. Las reacciones ante los eventos se generalizan con el principal verbo de identidad que es el verbo ser. Una vez que se forma un sistema de creencias, las experiencias se traducen en: “yo soy…” o “no soy…” Igualmente asume adverbios absolutos: “siempre…”, “nunca”.
El apego básico es fundamental en la formación del autoconcepto y en detección del nivel de autoestima, así como en la metodología para desarrollarla.
La falta de lazos básicos estables y seguros en los primeros años produce gran cantidad de estrés, que se convierte en el origen de muchas patologías: agresividad, delincuencia, adicciones a químicos, problemas de personalidad, narcisismo, compulsión, paranoia, ansiedad patológica, depresión grave, suicidio y enormes problemas de aprendizaje.
En cada esquema de apego el niño forma una creencia sobre sí mismo, su propio valor personal y su lugar en el mundo. Dependiendo de esta concepción básica, la autoestima es una consecuencia natural.
Todos los seres humanos establecen paradigmas sobre su eficacia, que se convierten en parámetros de actuación. Si una persona, por una exigencia perfeccionista establece criterios de evaluación exagerada, estará siempre en juicios de ineficiencia y, por lo mismo, su autoconcepto creará amenazas ante cualquier reto. Si, por el contrario, el paradigma es autocomplaciente, el parámetro será sobreprotector y permisivo. Igualmente, el autoconcepto y la consecuente autoestima está en riesgo por la discrepancia entre el juicio de valor y el embate de la realidad. En ambos polos, el ser humano ha formado estos patrones a partir de la educación recibida de los adultos relevantes, en especial, los padres, que transmiten sus paradigmas personales y enseñan a sus hijos los filtros de evaluación.
Por lo anterior, podemos inferir que el autoconcepto es una construcción cognitiva y social.
SUGERENCIAS PARA LA FAMILIA CON HIJOS QUE PRESENTAN UN AUTOCONCEPTO BAJO A MEDIO
Dado que el autoconcepto depende de un sistema de creencias sobre el poder personal ante las dificultades de la vida, es importante que los padres eviten todo tipo de sobreprotección. El mensaje sin palabras de las intervenciones derivadas de esta actitud es: “hago lo que te corresponde, porque no puedes. Te suplo, pero no te ayudo a ser autónomo”. La sobreprotección genera en los hijos una actitud victimista, de impotencia, que cancela la utilización de recursos personales.
Normalmente un pensamiento bloqueador se genera ante una situación nueva, difícil o ante un error. En tales condiciones suele aparecer un diálogo interior con mensajes de contenido devaluatorio. Sin embargo, estos diálogos interiores fueron iniciados por mensajes directos de los padres: “eres tonto… tenías que ser tú… Siempre estás provocando problemas…”, Tales mensajes son emitidos cuando los adultos están bajo la influencia de la ira, la culpa, el miedo o el cansancio. Cuando los padres están disminuidos por estos estados emocionales, son un peligro psicológico para sus hijos. En tales condiciones, deben abstenerse de intervenir porque seguramente entrarán en el sistema de creencias de sus hijos y sembrarán o incrementarán una imagen deteriorada de sí mismos.
Es indispensable evitar en toda intervención educativa, sobre todo cuando se trata de corregir un error conductual, académico o social, las palabras: “eres…” seguido de una característica negativa. El verbo ser se relaciona con la identidad, que es igual a un autoconcepto. Igualmente, es necesario evitar los adverbios siempre y nunca, porque son términos absolutos y quedan registrados en la mente como bloqueadores de energía personal.
1. Ser un modelo a seguir
Es una de las estrategias más efectivas: si eres un modelo positivo para tu hijo, él aprenderá de tu manera de ser y de hacer. Los niños aprenden imitando a los adultos. Por tanto, no es efectivo que les ordenemos tener ciertos hábitos y costumbres si luego nosotros, como padres, somos los primeros en actuar de la forma contraria.
Si el niño observa que eres una persona que no se valora a sí misma, que se está quejando todo el día y que rehúye sus tareas y responsabilidades, lo más natural es que acabe adoptando este modelo negativo y se acabe pareciendo a ti. Por este motivo es necesario que cuidemos de nuestra propia autoestima, además de nuestros hábitos y valores.
2. Poner límites y normas
Es importante que como padres logremos establecer límites y normas claras para que nuestros hijos se desarrollen correctamente. Estos límites no solo le hacen saber que hay cosas que no deben hacerse, sino que les transmiten un marco de interacciones en que se pueden sentir cómodos y seguros, y por tanto sentar las bases de una buena autoestima. Estos límites han de ser coherentes y razonables.
3. Censurar el error, no la persona
Hay distintas maneras de corregir a nuestro hijo cuando comete un error: podemos regañarle y criticarle personalmente o podemos enfocar nuestra observación en la conducta inapropiada.
Es esencial que como padres entendamos que hay que evitar hacer sentir al niño excesivamente culpable del error que ha cometido, porque podría darse el caso de que asocie el error cometido con su propia personalidad. Por tanto, no debemos usar frases del estilo “no sirves para nada”. Céntrate en la conducta y no emitas juicios de valor sobre el niño.
4. Valorar el esfuerzo, no el resultado
Cuando iniciamos un camino, no debemos reducir todo al resultado final sino al reto que ha supuesto recorrerlo y en el desarrollo personal y la experiencia que hemos adquirido intentando lograr nuestros objetivos.
Hemos de ser conscientes de que el esfuerzo que hemos invertido en esa actividad que tanto nos motiva es mucho más importante que el hecho de si hemos podido llegar a los objetivos que nos habíamos propuesto, o no. Por esta razón es fundamental que valoremos el esfuerzo de los niños, incluso en el caso de que por alguna circunstancia no haya podido realizarla con éxito. De este modo podremos hacerle notar que si se esfuerza en las cosas podrá ir avanzando adecuadamente, y que los obstáculos que se vaya encontrando solo serán temporales.
5. Detectar y corregir sus creencias limitantes
El pensamiento racional de los niños pasa por distintas fases de maduración, y esto implica que no siempre sigan una coherencia lógica. En ocasiones, pueden estar nutriendo ciertos pensamientos irracionales y erróneos sobre ellos mismos, cosa que puede afectar negativamente a su autoestima.
Si identificas alguna de estas creencias limitantes o equivocadas, es importante que hagas lo posible para corregirla, a fin de que no se consolide en su mente. Por ejemplo, debemos evitar que tengan manías sobre su aspecto físico o que duden sobre sus capacidades intelectuales. Debemos enseñarles a quererse a sí mismos tal como son. Debemos ayudar a nuestros hijos a mirarse a sí mismos con objetividad, para que puedan conformar un autoconcepto realista y positivo.
6. Dejar que el pequeño cometa errores
Cada error es un nuevo aprendizaje. No debemos caer en la tendencia de dirigir excesivamente la vida del niño, porque estaremos limitando sus posibilidades de aprender y salir reforzado tanto madurativamente como en la confianza hacia sí mismo. Las lecciones de vida que se aprenden en cada experiencia pueden ser importantes para su desarrollo.
Debemos fomentar que los niños, lejos de experimentar frustración, experimenten con nuevos retos y les apoyemos cuando lo requieran para que puedan ir escalando en sus habilidades cognitivas y en su autoconfianza.
7. Pasar tiempo de calidad con él
Una buena idea para ayudar a desarrollar una buena autoestima en tu hijo es conseguir que comprenda que él es muy importante para ti. Para eso, debes intentar dedicarle tiempo de calidad.
Ya sabemos que la vida adulta está llena de horarios y obligaciones que no nos permiten estar todo el tiempo que desearíamos junto a nuestros hijos. Si no puedes atenderle en un momento en concreto, es preferible que se lo hagas saber y que en otro momento le dediques tu atención. El niño ha de notar que, aunque no podemos estar con él siempre que quisiéramos, tenemos un gran interés en atender sus necesidades y aportarle todo el cariño posible.
SUGERENCIAS PARA LA FAMILIA CON HIJOS QUE PRESENTAN UN AUTOCONCEPTO ALTO
Es fundamental continuar con el patrón de interacción que se ha tenido hasta ahora, pues los resultados en el autoconcepto y autoestima validan el trabajo realizado en estas dos dimensiones básicas de la educación.
La formación de sistemas de creencias impulsoras parte de adultos en armonía interior, con altos niveles de bienestar –felicidad- que transmiten la propia riqueza interior en sus intervenciones educativas.
Es necesario insistir que el autoconcepto y la autoestima son procesos dinámicos, por lo que cualquier situación continuada puede alterar las condiciones actuales. Sobre todo, conviene verificar las reacciones ante el esfuerzo y la frustración de cualquier ámbito, pues son la piedra de toque de la fuerza y consistencia de los sistemas de creencias impulsores y el termómetro del nivel de autoestima.
Los niños y adolescentes necesitan entrenar la fuerza de su carácter ante las situaciones difíciles. Por esta razón no solo es conveniente permitir que asuman dificultades, retos o problemas, sino propiciar gradualmente y con un acompañamiento positivo, el enfrentamiento a condiciones que reten su resiliencia. Cuando los niños y adolescentes superan dificultades, su autoconcepto se robustece y la autoestima se incrementa.
El resultado de esta área se relaciona directamente con la gestión de las emociones. Muchas de las sugerencias aportadas en esta parte tendrán una fuerte repercusión en ese bloque.
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