Con el desarrollo de investigaciones que buscaban mostrar la efectividad de las intervenciones cognitivo-conductuales ante síntomas de depresión, se observó que la activación conductual constituía la estrategia fundamental de cambio.

La terapia de activación conductual aborda la depresión desde una visión contextual, entendiéndola como un conjunto de conductas que se dan en función de un contexto, contemplando el medio ambiente y la historia personal, como los elementos principales para su explicación.

Desde esta perspectiva, las conductas depresivas involucran una disminución en la frecuencia de las conductas ajustadas a las demandas del contexto, propiciando un incremento en la ocurrencia de comportamientos evitativos y de escape ante situaciones o condiciones estimulares que pudiesen facilitar su funcionamiento, por lo que, se considera que la ocurrencia de dichas conductas no depende de una entidad biológica o intrapsíquica.

Así pues, la activación conductual resulta ser un enfoque de tratamiento directo, que promueve el contacto directo con las contingencias por parte del consultante (Martell et al,, 2001), facilitando su enseñanza y aprendizaje, dentro de la AC, a la diferencia de las propuestas clásicas de intervención, se tiene como objetivo fundamental que los individuos comiencen a interactuar con los factores contextuales relacionados con la pérdida, para que estos adquieran funciones equivalentes a los estímulos con los que se dejó de interactuar o desarrollen otro tipo de repertorios que les permitan ajustarse a nuevos eventos, teniendo en cuenta su historia y competencias para elegir las actividades, más allá de la valoración que se les otorgue en términos placenteros o no placenteros.

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