Los enfoques humanistas pugnamos por la búsqueda responsable de nuestras decisiones, pugnamos por la consciencia de decidir hasta lo que creemos no decidir. Es por ello que cuestionamos la idea de que “aceptamos lo que creemos merecer”; En nuestras historias el aceptar representa un conflicto ligado a nuestros aprendizajes de infancia y a nuestra historia de personas adultas, es probable que nunca tuvimos esa posibilidad, que de niños o niñas nos guiaban nuestros cuidadores hacia lo que ellos consideraban que deberíamos de hacer y no se fortaleció el reconocimiento de lo que queríamos hacer, el discernimiento estaba sujeto a la supervisión castigadora y no al acompañamiento amoroso que reforzaría el derecho a decidir lo que aceptamos y a comprender la importancia de cumplir con las normas. Sumemos a esta experiencia el que en algún momento de la vida experimentamos violencia, por parte de cuidadores, familiares, amistades o parejas; esto merma considerablemente el autoconcepto, el valor propio, y por ende la capacidad de decidir en libertad, es entonces que el acto de aceptar se convierte en algo ambiguo cuando tenemos historias marcadas por la violencia.
Por otra parte: ¿Qué es merecer, tiene que ver con la satisfacción de nuestras necesidades fisiológicas o emocionales?, ¿Es un ideal o una realidad?, ¿Nos merecemos la satisfacción de las necesidades o la atención a las mismas?, ¿Quién tendría que satisfacerlas, yo, mi familia, mi pareja, quién?
El merecer es una actitud más que una evaluación de lo logrado, es la postura que tomamos ante lo que la vida nos presenta, es una mirada positiva de lo vivido, reconocer que no somos producto de la casualidad, o del azar, que merecemos sonreír sin culpa, sin miedo a un castigo por ser felices, si esta visión positiva de lo que a nuestra vida llega estuvo limitada por temores heredados, por costumbre, por género, por religión, o por romantizar la resiliencia; es posible que no nos sintamos merecedores o merecedoras de los que tenemos, y en consecuencia dicha palabra será una utopía, un privilegio, pero no un derecho.
Entonces podemos establecer que la frase: “Aceptamos el amor que creemos merecer” contiene una media verdad o una media mentira, ya que esto depende en gran medida de nuestra visión del merecer, y es necesario considerar que la aceptación responsable implica un trabajo a profundidad y revisión de nuestra historia, en pocas palabras, si somos conscientes de lo que aceptamos, podemos dar paso a lo que creemos merecer. Y está aquí la clave de las relaciones, el éxito de la relación no depende de un parámetro rígido, no depende del reconocimiento ajeno, de la envidia que provoca su derrama de amor, no depende del éxito económico o de valores morales aceptados por los líderes religiosos, una pareja y su éxito dependen de sentirse merecedores/as en consciencia, de aceptarse incondicionalmente a sí mismos para otorgar lo mismo en la relación.
En resumen:
Primero, no es posible señalar que aceptamos relaciones destructivas o tóxicas, cuando nuestra familia fue así y esto nos llevó a naturalizar estas dinámicas.
Segundo, no es posible adjudicarnos lo que merecemos a partir de nuestras elecciones desde la mirada parcial o dependiente que deja la violencia, al final en ciertos entornos, el merecer no existió ni en el discurso familiar o en relaciones previas. Es por ello que la psicoterapia es una necesidad para todas las personas, es una necesidad si es que aspiramos a construir relaciones sanas, y diferenciarnos de aquellas que conocimos en el pasado y que de algún modo muy en nuestro interior algo nos decía: “Ahí no es”.
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