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La Violencia y sus implicaciones en la terapia

El día hoy hablaremos sobre un tema que usualmente tiende a ser multifacético y un tanto polémico, que encierra distintas ópticas y posicionamientos; hablo de la violencia y sus impactos en el equilibrio psicológico o “salud mental”. He decidido escribir sobre ello por distintas razones: la principal de ellas es que los consultantes me han manifestado algunas de sus inquietudes con este tema, así como las consecuencias y efectos que han tenido en sus vidas. Algunas de dichas inquietudes tienen que ver con una serie de “visiones estereotipadas” o discursos inflexibles sobre la comprensión de dicha violencia, como, por ejemplo: el pensar que es un problema meramente personal y el asumirse como una “mala” persona por ello, lo que en muchos llega a provocar culpa o sentirse catalogados como “agresores” o “victimas”, de igual forma algunos consultantes vienen con información tendenciosa que han escuchado como: “el sufrir violencia crea un daño permanente sino se trabaja” o “todos los hombres son violentadores en potencia” etc. Este tipo de concepciones “totalizadoras” y absolutistas pueden estar paralizando la comprensión y análisis de la problemática, además de estar promoviendo solo ciertas características disfuncionales de las experiencias, ignorando todos los recursos que las personas tienen y que contradicen dicha catalogación un tanto burda y simplista.

Como decíamos en un inicio, existen diferentes teorías, análisis y perspectivas de la violencia, desde las que la sitúan como algo natural e inherente a la naturaleza humana, donde los individuos más adaptados dominan a los más débiles (Darwinismo) y es solo por medio de leyes coercitivas que puede regularse la convivencia, hasta aquellas que promueven que es la sociedad y el contexto donde se desarrollan las personas el principal factor donde esta violencia es aprendida y sostenida, independientemente de cómo es que se conciba la naturaleza humana y sus interacciones, la violencia es algo que vivimos cotidianamente.

En este artículo haremos un simple esbozo de la perspectiva que nos ofrece Johan Galtung. Para Galtung la violencia va siendo gradual como a la manera de un iceberg empezando por la superficie que es lo más visible o evidente hasta una parte más amplia y general, está se divide en tres dimensiones: violencia cultural, estructural y directa. Es importante comprender cada una de estas “dimensiones” esta interconectada siendo parte de un mismo proceso. Ahora bien, vayamos a las definiciones de ellas (Calderón 2009)


La violencia directa es aquella que es observable y evidente, puede manifestarse de manera física, verbal o psicológica, algunos ejemplos de ella puede ser el asesinato, tortura, amenazas o insultos.

La violencia estructural es intrínseca a los sistemas sociales, políticos y económicos que configuran y gobiernan las sociedades, estados y en general a todo el mundo o la mayor parte de él. Algunos ejemplos de este tipo violencia pueden ser la discriminación racial o por país de origen, en donde un grupo intenta perpetuar la desigualdad hacia ciertas etnias o nacionalidades, lo que provoca que el acceso a derechos y oportunidades se vea truncado, obstruido o denegado a grupos minoritarios.

Por último, la violencia cultural la podemos definir como algo más abstracto, siendo aquellos aspectos de la cultura con un valor simbólico en las experiencias de sus habitantes, esta materialización se puede ver reflejada en las filosofías, religiones, lenguas, ciencias o banderas, por mencionar algunas de ellas. Algunos ejemplos de este tipo de violencia serían el machismo, las banderas de supremacía racial o las doctrinas religiosas que afirman que la homosexualidad es algo censurado, antinatural y debe ser combatida, esta homofobia y transfobia promueven actitudes y prejuicios que recaen en la marginación y discriminación hacia las poblaciones declaradas como indeseables, inferiores o enemigas del orden. Su función de la violencia cultural es el justificar, legitimar y validar la violencia estructural y directa.

Se puede entender que la violencia tiene su origen en el conflicto, puede ser entre personas, instituciones, países o incluso religiones, ahora bien, no todos los conflictos conducen a la violencia o se resuelven de esa manera, sino al contrario se aspira a la resolución de conflictos a través de la “cultura de paz”. Se puede tener nuevamente este prejuicio de que los conflictos (incluyendo los psicológicos) son algo negativo y que deben evitarse o ignorarse, sin embargo, esta idealización rara vez sucede y constantemente nuestras vidas se ven rodeadas de conflictos en distintos aspectos, cambiemos un poco esta mirada hacia ellos, ya que los conflictos también presentan características de crecimiento como las siguientes:


- Son crisis y con ellas la oportunidad de mejorar. - Son hechos que se presentan de forma constante y permanente en la historia humana. - Representan una multiplicidad en las prioridades y con ello una situación de objetivos incompatibles, lo que genera un perfeccionamiento a partir de de la diversidad.


Pero ahora bien ¿qué implicaciones tiene esto para la práctica terapéutica? Los consultantes y el terapeuta se encuentran inmersos e interconectados en diversos sistemas tanto individuales como colectivos y que pueden ser complejos y cambiantes simultáneamente, a veces la terapia puede solo centrarse en aspectos y problemas de un determinado grupo de estos sistemas, como aprendizajes, perspectivas o acciones del consultante, sin embargo, puede que los síntomas sean mantenidos o alimentados por sistemas más amplios que estos, por ejemplo una pareja puede acudir a terapia porque su matrimonio no está siendo satisfactorio para ninguno de los dos, ya que en él existe violencia psicológica ejecutada de ambos lados(violencia directa) , explorando más allá de la conducta y circunstancias personales de en cómo se va presentando y configurando la problemática, se puede ir perfilando que el conflicto es mantenido por la creencia del “mito” del “amor romántico” que implica ciertos roles en ambos ( agresión del hombre o sumisión de la mujer), dicha creencia como decíamos es mantenida por sistemas más amplios incluso instituciones o partidos políticos, que incluye un nivel cultural que determina como debe ser este tipo de amor o parejas.



Ahora bien, es este mismo sentido el terapeuta es alguien que no se encuentra fuera de dicha creencia o es afectado por ella, sin embargo, lo que se busca es una reflexión que oriente a una nueva perspectiva a los clientes, lo que en ocasiones implica que puedan desafiar o cuestionar patrones de conducta o pensamiento, con el fin de posicionarse en esta problemática, de esta forma se orienta el cambio no solo en los consultantes sino en su contexto, a fin de que ellos quieran cuestionar o aceptar lo que esas “mitologías” conllevan en sus vidas y las implicaciones de esa decisión.


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