La ansiedad disfrazada de productividad
- psicologo1tp
- hace 5 horas
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Actualmente vivimos en una sociedad donde estar ocupado o parecer ocupado, es una especie de “medalla de honor”. Las agendas llenas, las notificaciones constantes y la sensación de que “no tengo tiempo para nada” se interpretan como sinónimo de éxito. Sin embargo, detrás de esa productividad muchas veces se esconde algo profundo: la ansiedad.

Gracias a esto que se nos ha inculcado, muchas personas llegan asociar la productividad con valía personal, diciéndose a sí mismos “si hago más, valgo más”, “si hago tal cosa, seré reconocido”. Sin embargo, este pensamiento nos puede hacer llegar a un ciclo de autoexigencia que nos llevará más tarde al agotamiento.
Trabajar sin parar, revisar constantemente el correo o sentir culpa por descansar, son señales de que el cuerpo y la mente están intentando regular algo más que la lista de pendientes, están buscando control.

Lo que ocurre con esto es que la ansiedad suele disfrazarse de hiperactividad, de esa necesidad de estar ocupados todo el tiempo y estar haciendo algo para evitar la incomodidad del silencio, la pausa o el descanso. En esos momentos, la mente no está en calma, sino en modo de alerta, intentando prevenir un peligro que no siempre es real, pero se siente urgente y recurrente: “si me detengo, algo va a salir mal”, “si no lo hago ahora, no podré hacerlo después”, “si descanso ahora, no me saldrá como yo quiero”.
La mente ansiosa busca hacer las cosas bien, teme cometer errores y sobrevalora la opinión de los demás. El hecho de estar realizando las cosas con este sentido, muchas veces nos lleva a que cuanto más se intenta controlar el resultado, más ansiedad nos genera el proceso.

En la práctica clínica, este patrón se observa en personas que aparentemente “tienen todo bajo control” y funcionan de manera eficiente, cumpliendo metas, trabajando mucho, siendo responsables; pero sienten una tensión constante, dificultad para descansar y una voz crítica que nunca se apaga. Suelen ser personas que no se permiten estar tranquilas porque confunden el descanso con pereza y el disfrute con pérdida de tiempo.
Usualmente, el cuerpo suele avisarnos con reacciones físicas como: insomnio, dolores musculares, irritabilidad o fatiga pueden ser señales de una sobrecarga emocional. La ansiedad muchas veces se disfraza de productividad extrema, más allá de preocupación o miedo.
Aprender a escuchar el cuerpo también es una forma de reconocer que no todo se resuelve haciendo más. El descanso, la calma y realizar las cosas un poco más lento, no son opuestos del éxito, sino parte del equilibrio para sostenerlo.
Te comparto una técnica que puede ser útil para cuando sientas que estas yendo muy deprisa y necesitas un respiro:

Busca un momento de silencio al final del día
Pregúntate con honestidad: “¿Qué necesito hoy?” (no “qué tengo que hacer”)
Escribe tres cosas pequeñas que podrías darte para cuidar de ti (descansar, caminar)
Elige una y hazla sin justificarte
El reto más grande de esta generación quizá no sea lograr más, sino aprender a descansar y estar en paz sin hacer nada. No para rendir mejor después, sino simplemente porque mereces descansar, incluso cuando el mundo diga que sigas corriendo.

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